1 oct 2015

ENSAYO


Poética y erotismo en El apando de José Revueltas
(Otras miradas a la visión carcelaria de una novela)

[i]Emanuel Alvarado


OTRAS MIRADAS, OTRA VISIÓN. Hallar y sugerir otras lecturas para un texto lo enriquecen. Descubrir para sus lectores aspectos de la obra de un autor ―sin olvidar que su contenido es una visión acerca de un tiempo y una circunstancia―, es volver a posar la mirada sobre sus palabras para observar y ampliar, más allá de la historia contenida, la intención significativa. Atrayendo, en este caso, en medio de la barbarie y lo grotesco, un singular lenguaje que, sin suavizar el acto irracional o antisocial que aborda, lo construye de una manera plástica. Sin importar qué nos cuenta, el escritor es capaz de transferir su mirada ―puesta sobre una circunstancia que afectó su ser―, usando palabras que jamás se ensucian a pesar de dibujar cuadros descarnados que plasman una de las peores condiciones en que pueden hallarse los seres humanos: la pérdida de su libertad; pero además pone esta condición en el abismo de la autodestrucción y la enajenación.
Sin embargo, Revueltas se mantiene al margen de esa circunstancia, no en la indiferencia física y social puesto que por ello escribe acerca de esa experiencia inmediata, porque lo que él pretende es compartirnos esa traslación, objeto de sus observaciones, pero vista mediante una creación que aspira a contarlo de una manera deliberadamente delicada, dotando a su obra de poética y alcanzando en sus descripciones eróticas profundos niveles de sofisticación que acompañan al lenguaje en una cabalgadura que nos mantiene asidos a la lectura.

SU ORIGEN. El apando, novela breve escrita entre cierto día de febrero y el 15 de marzo de 1969, fue redactada desde la «Cárcel Preventiva de la Ciudad» (de México), dentro del llamado Palacio Negro (por las atrocidades que se cometían con los presos), erigido al final de la calle que le vino dando nombre: Lecumberri. El Palacio de Lecumberri (hoy convertido en el Archivo General de la Nación), célebre icono de la cultura fílmica de México por haberse grabado ahí significativas películas, símbolos de toda una época con presos reales y de ficción: por un lado el pintor David Alfaro Siqueiros y por el otro el actor Pedro Infante representando a Pepe “El Toro”, entre muchos otros ejemplos. Y por haber sido escenario de la novela homónima que nos ocupa: El apando. Descrita la complejidad arquitectónica del edificio por el propio José Revueltas en las primeras páginas de la novela como: “aquella ciudad y aquellas calles con rejas, estas barras multiplicadas por todas partes”. Porque no podemos negar que la imagen de crueldad y horror, esa idea que varias generaciones tienen de la obra, provienen de la cinematografía. Y que subsisten ―olvidados― otros valores estéticos en esta singular novela.

UNA LLAMATIVA DEDICATORIA. Es de llamar la atención la dedicatoria que Revueltas brinda a Pablo Neruda, quien dos años más tarde, en 1971, recibiría el Premio Nobel de Literatura. ¿Por qué dedica esta terrible creación a un poeta tan sensible? Sin duda por sus afinidades políticas. ¿Pero por qué al más sensible entre los sensibles tratándose de un tema tan crudo y de una narrativa tan descarnada? Quizá porque Revueltas intuyó que acaso Neruda representaba, como nadie, esta mezcla de poesía, erotismo y sentido social de la que él mismo intentaba dotar a El apando.

EL EROTISMO Y LA SEXUALIDAD. La sexualidad fluye en lo poético como eje central al que se apea todo lo demás. Revueltas se vuelve un maestro del erotismo, porque en medio de esta oscura historia pone a existir una abierta y placentera sensualidad de la que participan todos. La maternidad y los alumbramientos incluidos. Se vale de todo, del engaño, de la complacencia, de la idealización. Juega incluso a formar tercios al permitir el intercambio de parejas sexuales. Y luego lo eleva a relaciones campales cuando los pone a todos a mirar “las trusas negras de Meche y La Chata”.
El cuerpo es expuesto, sus partes exhibidas. Sí, en medio de la violencia y la agresión multitudinaria, pero también en la intimidad, en los recuerdos amorosos y en el ejercicio erótico; en la voluptuosidad de mujeres y hombres.
Hace juegos extraordinarios, superpone imágenes. Elabora fantasías. Crea sofisticados mecanismos para producir placer. Se inventa un tatuaje memorable, atrae historias paralelas. Funda las relaciones interpersonales en el sexo, en el deseo del otro y de las otras. Y lo hace de manera discreta, apenas dibujada, porque Revueltas quiere que veamos más allá del dolor pero sin quedarnos en el placer ni en la ignominia. Porque entonces la obra, con todo su erotismo y la seducción contenida quedaría arraigada en una disoluta fantasía; convertida tan sólo en una radiografía pornográfica que no nos dejaría ver la profundidad con la que está escrita. Y no es que esté verdaderamente oculto el erotismo, más bien está inmerso en la narrativa, equilibrado con otros acontecimientos referidos. La sexualidad dibujada es un complemento a esa otra intención que representa poner en movimiento muchos otros componentes de la existencia humana.

MÁS ALLÁ DE LO CRUDO Y OSCURO. Generalmente se ha visto en El apando una muestra del pésimo estado del sistema carcelario, pero la obra es mucho más que eso. También es un escenario múltiple para ver a los demás y los males en nosotros mismos. Su vigencia la exige la calidad de su prosa, su admiración viene del sentido poético que le imprimió para dejarnos, como un mensaje oculto, las soluciones. La solución puesta al desnudo, precisamente en la desnudez de los personajes. En la crudeza moral de los contrastes.
Al limitarnos a un enfoque delincuencial y monotemático se corre el riesgo de agotar la obra precipitadamente de todas sus demás posibilidades. Porque si bien es cierto que El apando está situada enteramente dentro de una cárcel, cometer el error de creer que solamente eso puede ofrecernos sería perdernos de la exquisita factura con la que nos brinda otras sutilezas del lenguaje. Porque Revueltas no sólo utilizó un sistema penitenciario para recrear su ficción, sino que a la vez empleó todo un sistema de asociaciones y figuraciones para construir algo mucho más profundo que representara la vida.
El apando es una significativa novela por el carácter socialmente libertario y comprometido de su autor y por la visión panorámica que nos ofrece de las condiciones humanas bajo un núcleo que representa las posibilidades de todo hombre ante la indefensión, el caos, el paroxismo del alma y por mostrar las inclemencias de un sistema surgido del autoritarismo, la corrupción y la complacencia.

LA CELADORA. Siendo El apando una novela breve, resulta significativo que Revueltas se detuviera a destinar varias páginas al encuentro de la celadora con La Meche. Y más, porque son estás páginas las más complejas y densas y las más elevadas en cuanto a expresar la mayor cantidad posible de imágenes condensadas. Alcanza aquí, en esa sucesión fotográfica que es un enorme cuadro, un gran paisaje erótico, la estatura de quien se mantuvo apegado a la voluntad creadora para hacer de su texto una obra de arte escrita. Es aquí donde José Revueltas nos demuestra que esta obra en particular es mucho más que una denuncia.
No solamente lleva a Meche a nuevas y desconocidas sensaciones, también le hace recrear su primera vez con Albino y a reparar en los ínfimos detalles del tatuaje del vientre de su amante. La celadora y el amante se vuelven uno. Ella se transforma en el amante. La celadora se vuelve ella. Comienza así una exploración en la que ya no se determina quién toma a quién. Quién queda sometida a la otra y cuál es el rol que juega en el juego amoroso. Meche se muestra orgullosa, hace palpitar su desnudez. Se abandona. La inundan multiplicados los recuerdos. Se sumerge en fantasías que no oculta y a las que se entrega. Ella misma es ahora la que hace danzar su vientre. De tal suerte que cuando Meche traspasa la primera reja para entrar a la crujía, “todavía estaban fijos en su mente, quietos, imperturbables y atroces, los ojos de la celadora, negros y de una elocuencia mortal, como si se la hubieran quedado mirando para siempre”. Esta es la escena a la que Revueltas le dedicó más tiempo. ¿Por qué? Quizá hallaba en ello la manera de evadir su propio encierro.

LA DANZA DE ALBINO. José Revueltas logra imaginar y plantear en distintos momentos fugas, evasiones que son instantes para escapar al encarcelamiento. Así, se inventa una prodigiosa danza. La danza del vientre. “Una danza formidable, emocionante, de gran prestigio en el Penal, que producía tan viva excitación, al extremo de que algunos, con un disimulo innecesario (…), se masturbaban con violento y notorio afán”.
Albino decidía quién o quiénes serían su público. “Desechaba a los espectadores inconvenientes desde su punto de vista, frívolos, poco serios, incapaces de apreciar las difíciles cualidades de un auténtico virtuoso”. Albino, con “la camiseta a la cintura como el telón de un teatro que se hubiera subido para mostrar la escena” y habiéndose “desbraguetado los pantalones”, se contorsionaba para mostrar la escena, animando “con los fascinantes estremecimientos de su vientre aquel coito que emergía de las líneas azules y se iba haciendo a sí mismo en cada paso, en cada ruptura o rencuentro o restructuración de sus equidistancias y rechazos, en tanto que todos […] se sentían recorrer el cuerpo por una sofocante masa de deseo y una risita breve y equívoca […] les bailaba tras el paladar”.

EL TATUAJE. Albino “tenía tatuada en el bajo vientre una figura hindú […] que representaba la graciosa pareja de un joven y una joven en los momentos de hacer el amor y sus cuerpos aparecían rodeados, entrelazados por un increíble ramaje de muslos, piernas, brazos, senos y órganos maravillosos […] dispuestos de tal modo y con tal sabiduría quinética, que bastaba darle impulso con las adecuadas contracciones y espasmo de los músculos, la rítmica oscilación, en espaciado ascenso, de la epidermis, y un sutil, inaprehensible vaivén de las caderas, para que aquellos miembros dispersos y de caprichosa apariencia, torsos y axilas y pies y pubis y manos y alas y vientres y vellos, adquiriesen una unidad mágica donde se repetía el milagro de la Creación y el copular humano se daba por entero en toda su magnífica y portentosa esplendidez”.

POLONIO. A Polonio la cabeza se le llenó de celos al saber que a su mujer le tocaban de más al momento de revisarla. No atinaba a saber el porqué, pero eran “unos celos en la garganta y en el plexo solar, con una sensación cosquilleante”. Porque recordaba todos los lugares por donde había andado con ella.
Recordaba su cuerpo desnudo y “aquello resultaba imposible de resistir y Polonio, con las mismas sensaciones de estar poseído por un trance religioso, se arrodillaba temblando para besarlo y hundir sus labios entre sus labios”. Polonio representa el anonimato como nadie. Sólo sabemos que es traficante, por eso revisan tan bien a su mujer: “Con usted no se han atrevido las monas, ¿verdad?, porque usted es una señora grande y de respeto, pero a nosotras, en el registro, siempre nos meten el dedo las muy infelices”. Sabían que Meche y La Chata serían manoseadas, pero no les importaba, lo importante era la droga.

ALBINO. Ya nada más pensaba en Meche, en vivir otras experiencias amorosas después de que le contara a profundidad otras que ella había vivido. No sabía que Meche se había acostado varias veces con Polonio. Y con otros. Pero que a pesar de ello Meche se consideraba honrada. No veía mal eso porque no cobraba, lo hizo por gusto solamente.

LA CHATA. “La Chata aparecía [ante los ojos de Polonio] jocunda, bestial, con sus muslos cuyas líneas, en lugar de juntarse para incidir en la cuna del sexo, cuando ella unía las piernas, aún dejaban por el contrario un pequeño hueco separado entre las dos paredes de piel sólida, tensa, joven, estremecedora”. Todo eso imagina Polonio mientras escuchaba de La Chata: “Nos meten el dedo”. E imaginaba en Tampico a “La Chata recostada sobre el balcón, de espaldas, el cuerpo desnudo bajo una bata ligera y las piernas levemente entreabiertas, el monte de Venus como un capitel de vello sobre las dos columnas de los muslos”.
La Chata envidiaba con ganas a Meche. “Le gustaba mucho su hombre, su Albino, y desde que éste les mostrara la danza del vientre en la sala de los defensores, se sentía mareada por él en absoluto. Le pediría a Meche que, sin perder la amistad, le permitiera acostarse con Albino. Una o dos veces nomás, sin que hubiera fijón, es decir, como si Meche no se fijara en ello”. Por eso Revueltas, anticipadamente, cuando Albino llama su atención desde la celda, escribe: “Los ojos de las dos mujeres giraron hacia la voz: era su hombre”.

MECHE. No se dejaba padrotear por Albino, “era una mujer honrada, ratera sí, pero cuando se acostaba con otros hombres no lo hacía por dinero, nada más por gusto, sin que Albino lo supiera, claro está”. Ya se había acostado muchas veces con Polonio. “Estaba buena, mucho muy buena, pero era honrada, lo que sea de cada quien”.
Meche no podía apartar de su mente la danza del vientre de Albino. “Las manos de la celadora la palpaban por encima del vestido ―después vendría lo otro, el dedo de Dios―, pero Meche no se podía apartar de la cabeza, precisamente, la danza de Albino”.
Cuando Albino esperaba a “Mercedes, Meche, con su bello cuerpo, con sus hombros, con sus piernas, alada, incitante”, así era como la imaginaba. Pero después tuvo que agregar otro ingrediente, un ingrediente que lo distraía de esas imágenes, porque ahora la imaginaba “violada y prostituida, pero sin que tal cosa constituyera un elemento de rechazo, sino por el contrario, de aproximación, como si le añadiera un atractivo de naturaleza no definida […] esto lo excitaba con un deseo renovado. […] Meche comiéndose a besos a su Albino […] Con las piernas al descubierto por las faldas levantadas, gritando y aullando […] Los reclusos y sus familiares se agruparon poco a poco debajo de las mujeres […] los hombres sin apartar la mirada, abierta y cínica, expectantes y a un tiempo divertidos y temerosos, de las trusas negras de Meche y La Chata. […] Ya semidesnudas, las ropas a jirones, es vergüenza al espectáculo fabuloso y único de los senos, las nalgas, los vientres al aire”.

A MANERA DE CONCLUSIÓN. El apando es, más allá de la denuncia y la crítica implícitas del sistema penitenciario, un discurso literario, por ello estético, de la decadencia humana en su fase terminal. Cuando a los seres humanos ya no les importa nada. Ni la razón ni el espíritu; cuando sólo asiste la brutalidad y la violencia, la inconsciencia y la enajenación.
Pero su gran mérito radica en la forma como nos fue dibujado ese fondo profundo y radical desde el que nos narra el propio autor, encarcelado, prisionero, testigo en primer plano de esa histeria colectiva, protagonista silente y anónimo de su experiencia contemplativa. Que habló desde el silencio preservando la belleza del lenguaje por encima de lo grotesco, a pesar de las fisionomías brutalmente reales de esos personajes.
Habrá sin duda que ver la película, sobretodo porque fue rodada con José Revueltas vivo e involucrado en el guion. Se tiene por descontado que El apando es una novela convertida en película muy violenta para su tiempo, que la crudeza ronda su creación literaria y cinematográfica. Probablemente por ello sólo se habla de ese aspecto y se ha dejado al olvido todas las otras expresiones que contiene.
No pudo ser casualidad que nuestro autor dedicara el libro a un insigne poeta. Lo leía antes y lo leyó estando en la cárcel. La poesía de Neruda debió servirle de sustento espiritual para hallar él mismo una fuga, una evasión de su propia desdicha. La ficción como una manera de compartir el alma, para que otros, junto con nosotros aprendamos que la consciencia no puede estar supeditada a la voluntad ajena. Que es en la razón y en el análisis donde se halla la libertad. Y que un preso sólo lo está si no tiene un libro, un poema y una voz que lo lance a soñar.
José Revueltas nos dejó este legado como una herencia personal. Nos toca a nosotros multiplicarlo. Agregando nuevas miradas. Y jugar ese amoroso acto al que fuimos convocados en su ficción: La libertad de aprender incluso en las peores circunstancias. Alzar la voz para alcanzar nuevos y mejores horizontes que lo multipliquen todo. Porque la literatura como la vida, son aspectos de una sola cosa: el hombre en libertad.


[i] Emanuel Alvarado (México, 1971), escritor, escultor y editor. Es investigador de técnicas literarias y de lectura, coordinador de talleres literarios y de fomento a la lectura. En el 2007 obtuvo el Premio Nacional Mauricio Achar de Ensayo Sobre Fomento a la Lectura. Ha publicado una docena de libros y artículos desde 1998. Es también profesor de creatividad literaria y lectura diplomado en Gestión y acompañamiento de procesos lectores. Actualmente se desempeña como director de Editorial Namox.



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