Poética y erotismo en El
apando de José Revueltas
(Otras miradas a la visión
carcelaria de una novela)
[i]Emanuel Alvarado
OTRAS MIRADAS, OTRA VISIÓN. Hallar y sugerir otras
lecturas para un texto lo enriquecen. Descubrir para sus lectores aspectos de
la obra de un autor ―sin olvidar que su contenido es una visión acerca de un
tiempo y una circunstancia―, es volver a posar la mirada sobre sus palabras
para observar y ampliar, más allá de la historia contenida, la intención
significativa. Atrayendo, en este caso, en medio de la barbarie y lo grotesco,
un singular lenguaje que, sin suavizar el acto irracional o antisocial que aborda,
lo construye de una manera plástica. Sin importar qué nos cuenta, el escritor
es capaz de transferir su mirada ―puesta sobre una circunstancia que afectó su
ser―, usando palabras que jamás se ensucian a pesar de dibujar cuadros
descarnados que plasman una de las peores condiciones en que pueden hallarse
los seres humanos: la pérdida de su libertad; pero además pone esta condición
en el abismo de la autodestrucción y la enajenación.
Sin embargo, Revueltas
se mantiene al margen de esa circunstancia, no en la indiferencia física y
social puesto que por ello escribe acerca de esa experiencia inmediata, porque
lo que él pretende es compartirnos esa traslación, objeto de sus observaciones,
pero vista mediante una creación que aspira a contarlo de una manera deliberadamente
delicada, dotando a su obra de poética y alcanzando en sus descripciones
eróticas profundos niveles de sofisticación que acompañan al lenguaje en una
cabalgadura que nos mantiene asidos a la lectura.
SU ORIGEN. El apando, novela breve escrita
entre cierto día de febrero y el 15 de marzo de 1969, fue redactada desde la
«Cárcel Preventiva de la Ciudad» (de México), dentro del llamado Palacio
Negro (por las atrocidades que se cometían con los presos), erigido al
final de la calle que le vino dando nombre: Lecumberri. El Palacio de
Lecumberri (hoy convertido en el Archivo General de la Nación), célebre icono
de la cultura fílmica de México por haberse grabado ahí significativas
películas, símbolos de toda una época con presos reales y de ficción: por un
lado el pintor David Alfaro Siqueiros y por el otro el actor Pedro Infante
representando a Pepe “El Toro”, entre muchos otros ejemplos. Y por haber
sido escenario de la novela homónima que nos ocupa: El apando. Descrita
la complejidad arquitectónica del edificio por el propio José Revueltas en las
primeras páginas de la novela como: “aquella ciudad y aquellas calles con
rejas, estas barras multiplicadas por todas partes”. Porque no podemos
negar que la imagen de crueldad y horror, esa idea que varias generaciones
tienen de la obra, provienen de la cinematografía. Y que subsisten ―olvidados―
otros valores estéticos en esta singular novela.
UNA LLAMATIVA DEDICATORIA. Es de llamar la atención la
dedicatoria que Revueltas brinda a Pablo Neruda, quien dos años más tarde, en
1971, recibiría el Premio Nobel de Literatura. ¿Por qué dedica esta terrible
creación a un poeta tan sensible? Sin duda por sus afinidades políticas. ¿Pero
por qué al más sensible entre los sensibles tratándose de un tema tan crudo y de
una narrativa tan descarnada? Quizá porque Revueltas intuyó que acaso Neruda
representaba, como nadie, esta mezcla de poesía, erotismo y sentido social de
la que él mismo intentaba dotar a El apando.
EL EROTISMO Y LA SEXUALIDAD. La sexualidad fluye en lo
poético como eje central al que se apea todo lo demás. Revueltas se vuelve un
maestro del erotismo, porque en medio de esta oscura historia pone a existir
una abierta y placentera sensualidad de la que participan todos. La maternidad
y los alumbramientos incluidos. Se vale de todo, del engaño, de la
complacencia, de la idealización. Juega incluso a formar tercios al permitir el
intercambio de parejas sexuales. Y luego lo eleva a relaciones campales cuando
los pone a todos a mirar “las trusas negras de Meche y La Chata”.
El cuerpo es expuesto,
sus partes exhibidas. Sí, en medio de la violencia y la agresión
multitudinaria, pero también en la intimidad, en los recuerdos amorosos y en el
ejercicio erótico; en la voluptuosidad de mujeres y hombres.
Hace juegos
extraordinarios, superpone imágenes. Elabora fantasías. Crea sofisticados
mecanismos para producir placer. Se inventa un tatuaje memorable, atrae
historias paralelas. Funda las relaciones interpersonales en el sexo, en el
deseo del otro y de las otras. Y lo hace de manera discreta, apenas dibujada,
porque Revueltas quiere que veamos más allá del dolor pero sin quedarnos en el
placer ni en la ignominia. Porque entonces la obra, con todo su erotismo y la
seducción contenida quedaría arraigada en una disoluta fantasía; convertida tan
sólo en una radiografía pornográfica que no nos dejaría ver la profundidad con
la que está escrita. Y no es que esté verdaderamente oculto el erotismo, más
bien está inmerso en la narrativa, equilibrado con otros acontecimientos referidos.
La sexualidad dibujada es un complemento a esa otra intención que representa
poner en movimiento muchos otros componentes de la existencia humana.
MÁS ALLÁ DE LO CRUDO Y OSCURO. Generalmente se ha
visto en El apando una muestra del pésimo estado del sistema carcelario,
pero la obra es mucho más que eso. También es un escenario múltiple para ver a
los demás y los males en nosotros mismos. Su vigencia la exige la calidad de su
prosa, su admiración viene del sentido poético que le imprimió para dejarnos,
como un mensaje oculto, las soluciones. La solución puesta al desnudo,
precisamente en la desnudez de los personajes. En la crudeza moral de los
contrastes.
Al limitarnos a un
enfoque delincuencial y monotemático se corre el riesgo de agotar la obra precipitadamente
de todas sus demás posibilidades. Porque si bien es cierto que El apando
está situada enteramente dentro de una cárcel, cometer el error de creer que
solamente eso puede ofrecernos sería perdernos de la exquisita factura
con la que nos brinda otras sutilezas del lenguaje. Porque Revueltas no sólo
utilizó un sistema penitenciario para recrear su ficción, sino que a la vez
empleó todo un sistema de asociaciones y figuraciones para construir algo mucho
más profundo que representara la vida.
El apando es una significativa novela por el carácter
socialmente libertario y comprometido de su autor y por la visión panorámica
que nos ofrece de las condiciones humanas bajo un núcleo que representa las
posibilidades de todo hombre ante la indefensión, el caos, el paroxismo del
alma y por mostrar las inclemencias de un sistema surgido del autoritarismo, la
corrupción y la complacencia.
LA CELADORA. Siendo El apando una novela breve,
resulta significativo que Revueltas se detuviera a destinar varias páginas al
encuentro de la celadora con La Meche. Y más, porque son estás páginas las más
complejas y densas y las más elevadas en cuanto a expresar la mayor cantidad
posible de imágenes condensadas. Alcanza aquí, en esa sucesión fotográfica que
es un enorme cuadro, un gran paisaje erótico, la estatura de quien se mantuvo
apegado a la voluntad creadora para hacer de su texto una obra de arte escrita.
Es aquí donde José Revueltas nos demuestra que esta obra en particular es mucho
más que una denuncia.
No solamente lleva a
Meche a nuevas y desconocidas sensaciones, también le hace recrear su primera
vez con Albino y a reparar en los ínfimos detalles del tatuaje del vientre de
su amante. La celadora y el amante se vuelven uno. Ella se transforma en el
amante. La celadora se vuelve ella. Comienza así una exploración en la que ya
no se determina quién toma a quién. Quién queda sometida a la otra y cuál es el
rol que juega en el juego amoroso. Meche se muestra orgullosa, hace palpitar su
desnudez. Se abandona. La inundan multiplicados los recuerdos. Se sumerge en
fantasías que no oculta y a las que se entrega. Ella misma es ahora la que hace
danzar su vientre. De tal suerte que cuando Meche traspasa la primera reja para
entrar a la crujía, “todavía estaban fijos en su mente, quietos, imperturbables
y atroces, los ojos de la celadora, negros y de una elocuencia mortal, como si
se la hubieran quedado mirando para siempre”. Esta es la escena a la que
Revueltas le dedicó más tiempo. ¿Por qué? Quizá hallaba en ello la manera de
evadir su propio encierro.
LA DANZA DE ALBINO. José Revueltas logra imaginar y
plantear en distintos momentos fugas, evasiones que son instantes para escapar
al encarcelamiento. Así, se inventa una prodigiosa danza. La danza del
vientre. “Una danza formidable, emocionante, de gran prestigio en el Penal,
que producía tan viva excitación, al extremo de que algunos, con un disimulo
innecesario (…), se masturbaban con violento y notorio afán”.
Albino decidía quién o
quiénes serían su público. “Desechaba a los espectadores inconvenientes desde
su punto de vista, frívolos, poco serios, incapaces de apreciar las difíciles
cualidades de un auténtico virtuoso”. Albino, con “la camiseta a la cintura
como el telón de un teatro que se hubiera subido para mostrar la escena” y
habiéndose “desbraguetado los pantalones”, se contorsionaba para mostrar la
escena, animando “con los fascinantes estremecimientos de su vientre aquel
coito que emergía de las líneas azules y se iba haciendo a sí mismo en cada
paso, en cada ruptura o rencuentro o restructuración de sus equidistancias y
rechazos, en tanto que todos […] se sentían recorrer el cuerpo por una
sofocante masa de deseo y una risita breve y equívoca […] les bailaba tras el
paladar”.
EL TATUAJE. Albino “tenía tatuada en el bajo vientre
una figura hindú […] que representaba la graciosa pareja de un joven y una
joven en los momentos de hacer el amor y sus cuerpos aparecían rodeados,
entrelazados por un increíble ramaje de muslos, piernas, brazos, senos y
órganos maravillosos […] dispuestos de tal modo y con tal sabiduría quinética,
que bastaba darle impulso con las adecuadas contracciones y espasmo de los
músculos, la rítmica oscilación, en espaciado ascenso, de la epidermis, y un
sutil, inaprehensible vaivén de las caderas, para que aquellos miembros
dispersos y de caprichosa apariencia, torsos y axilas y pies y pubis y manos y
alas y vientres y vellos, adquiriesen una unidad mágica donde se repetía el
milagro de la Creación y el copular humano se daba por entero en toda su magnífica
y portentosa esplendidez”.
POLONIO. A Polonio la cabeza se le llenó de celos al
saber que a su mujer le tocaban de más al momento de revisarla. No atinaba a
saber el porqué, pero eran “unos celos en la garganta y en el plexo solar, con
una sensación cosquilleante”. Porque recordaba todos los lugares por donde
había andado con ella.
Recordaba su cuerpo
desnudo y “aquello resultaba imposible de resistir y Polonio, con las mismas
sensaciones de estar poseído por un trance religioso, se arrodillaba temblando
para besarlo y hundir sus labios entre sus labios”. Polonio representa el
anonimato como nadie. Sólo sabemos que es traficante, por eso revisan tan bien
a su mujer: “Con usted no se han atrevido las monas, ¿verdad?, porque usted es
una señora grande y de respeto, pero a nosotras, en el registro, siempre nos
meten el dedo las muy infelices”. Sabían que Meche y La Chata serían
manoseadas, pero no les importaba, lo importante era la droga.
ALBINO. Ya nada más pensaba en Meche, en vivir otras
experiencias amorosas después de que le contara a profundidad otras que ella
había vivido. No sabía que Meche se había acostado varias veces con Polonio. Y
con otros. Pero que a pesar de ello Meche se consideraba honrada. No veía
mal eso porque no cobraba, lo hizo por gusto solamente.
LA CHATA. “La Chata aparecía [ante los ojos de
Polonio] jocunda, bestial, con sus muslos cuyas líneas, en lugar de juntarse
para incidir en la cuna del sexo, cuando ella unía las piernas, aún dejaban por
el contrario un pequeño hueco separado entre las dos paredes de piel sólida,
tensa, joven, estremecedora”. Todo eso imagina Polonio mientras escuchaba de La
Chata: “Nos meten el dedo”. E imaginaba en Tampico a “La Chata recostada sobre
el balcón, de espaldas, el cuerpo desnudo bajo una bata ligera y las piernas
levemente entreabiertas, el monte de Venus como un capitel de vello sobre las
dos columnas de los muslos”.
La Chata envidiaba con
ganas a Meche. “Le gustaba mucho su hombre, su Albino, y desde que éste les
mostrara la danza del vientre en la sala de los defensores, se sentía mareada
por él en absoluto. Le pediría a Meche que, sin perder la amistad, le
permitiera acostarse con Albino. Una o dos veces nomás, sin que hubiera fijón,
es decir, como si Meche no se fijara en ello”. Por eso Revueltas,
anticipadamente, cuando Albino llama su atención desde la celda, escribe: “Los
ojos de las dos mujeres giraron hacia la voz: era su hombre”.
MECHE. No se dejaba padrotear por Albino, “era una
mujer honrada, ratera sí, pero cuando se acostaba con otros hombres no lo hacía
por dinero, nada más por gusto, sin que Albino lo supiera, claro está”. Ya se
había acostado muchas veces con Polonio. “Estaba buena, mucho muy buena, pero
era honrada, lo que sea de cada quien”.
Meche no podía apartar
de su mente la danza del vientre de Albino. “Las manos de la celadora la
palpaban por encima del vestido ―después vendría lo otro, el dedo de Dios―,
pero Meche no se podía apartar de la cabeza, precisamente, la danza de Albino”.
Cuando Albino esperaba
a “Mercedes, Meche, con su bello cuerpo, con sus hombros, con sus piernas,
alada, incitante”, así era como la imaginaba. Pero después tuvo que agregar
otro ingrediente, un ingrediente que lo distraía de esas imágenes, porque ahora
la imaginaba “violada y prostituida, pero sin que tal cosa constituyera un
elemento de rechazo, sino por el contrario, de aproximación, como si le
añadiera un atractivo de naturaleza no definida […] esto lo excitaba con un
deseo renovado. […] Meche comiéndose a besos a su Albino […] Con las piernas al
descubierto por las faldas levantadas, gritando y aullando […] Los reclusos y
sus familiares se agruparon poco a poco debajo de las mujeres […] los hombres
sin apartar la mirada, abierta y cínica, expectantes y a un tiempo divertidos y
temerosos, de las trusas negras de Meche y La Chata. […] Ya semidesnudas, las
ropas a jirones, es vergüenza al espectáculo fabuloso y único de los senos, las
nalgas, los vientres al aire”.
A MANERA DE CONCLUSIÓN. El apando es, más allá
de la denuncia y la crítica implícitas del sistema penitenciario, un discurso
literario, por ello estético, de la decadencia humana en su fase terminal.
Cuando a los seres humanos ya no les importa nada. Ni la razón ni el espíritu;
cuando sólo asiste la brutalidad y la violencia, la inconsciencia y la
enajenación.
Pero su gran mérito
radica en la forma como nos fue dibujado ese fondo profundo y radical desde el
que nos narra el propio autor, encarcelado, prisionero, testigo en primer plano
de esa histeria colectiva, protagonista silente y anónimo de su experiencia
contemplativa. Que habló desde el silencio preservando la belleza del lenguaje
por encima de lo grotesco, a pesar de las fisionomías brutalmente reales de
esos personajes.
Habrá sin duda que ver
la película, sobretodo porque fue rodada con José Revueltas vivo e involucrado
en el guion. Se tiene por descontado que El apando es una novela
convertida en película muy violenta para su tiempo, que la crudeza ronda
su creación literaria y cinematográfica. Probablemente por ello sólo se habla
de ese aspecto y se ha dejado al olvido todas las otras expresiones que
contiene.
No pudo ser casualidad
que nuestro autor dedicara el libro a un insigne poeta. Lo leía antes y lo leyó
estando en la cárcel. La poesía de Neruda debió servirle de sustento espiritual
para hallar él mismo una fuga, una evasión de su propia desdicha. La ficción
como una manera de compartir el alma, para que otros, junto con nosotros
aprendamos que la consciencia no puede estar supeditada a la voluntad ajena.
Que es en la razón y en el análisis donde se halla la libertad. Y que un preso
sólo lo está si no tiene un libro, un poema y una voz que lo lance a soñar.
José Revueltas nos dejó
este legado como una herencia personal. Nos toca a nosotros multiplicarlo.
Agregando nuevas miradas. Y jugar ese amoroso acto al que fuimos convocados en
su ficción: La libertad de aprender incluso en las peores circunstancias. Alzar
la voz para alcanzar nuevos y mejores horizontes que lo multipliquen todo.
Porque la literatura como la vida, son aspectos de una sola cosa: el hombre en
libertad.
[i]
Emanuel Alvarado (México, 1971), escritor, escultor y editor. Es
investigador de técnicas literarias y de lectura, coordinador de talleres
literarios y de fomento a la lectura. En el 2007 obtuvo el Premio Nacional
Mauricio Achar de Ensayo Sobre Fomento a la Lectura. Ha publicado una
docena de libros y artículos desde 1998. Es también profesor de creatividad
literaria y lectura diplomado en Gestión y acompañamiento de procesos
lectores. Actualmente se desempeña como director de Editorial Namox.
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