Retrato
hablado de la culturita
[i]Armando González Torres
Novedad
de la culturita
Los sociólogos de la cultura
solían trazar una división entre tres franjas culturales: una, la cultura
popular, que nace de las expresiones del pueblo y se reproduce espontáneamente a
lo largo de las generaciones; dos, la cultura de masas que se diseña desde los
medios y basa su impacto en la enorme capacidad de proyección de éstos y, tres,
la llamada alta cultura, que se basa en la idea de una tradición y un canon de
excelencia y que suele restringirse a las bellas artes. Sin embargo, en la
actualidad puede distinguirse una nueva franja de la cultura que no es ni
cultura popular (no tiene su representatividad, ni raigambre), ni cultura de
masas (no tiene su alcance y penetración), ni alta cultura (asume los valores
de ésta como una parodia), y que podemos llamar la culturita.
¿Qué
es la culturita?
La culturita es un clima de ideas, un estado de ánimo colectivo que
gobierna parte de la producción y recepción de la cultura contemporánea y que
se caracteriza, entre otros rasgos, por el rechazo a los antiguos rangos y
jerarquías estéticas, la hegemonía de la
moda y el mercado en las esferas del arte y el pensamiento, el conformismo institucionalizado, el
deterioro de los niveles de creación y de crítica y la desproporcionada
capacidad de influencia del dinero, el poder o las relaciones interpersonales
en la acuñación del prestigio artístico e intelectual. La culturita
suele emanar de grupos a menudo cerrados y centralizados geográficamente que
acaparan y distribuyen los bienes y reconocimientos culturales. La culturita
constituye, pues, un conglomerado de creadores e intelectuales que hacia afuera
de la esfera artística funciona como grupo de presión y hacia adentro como
mecanismo de canalización de demandas y repartición de bienes. Por supuesto, lo
censurable no es la forma cerrada de organización (en el mejor de los sentidos,
el ámbito de la cultura, incluso de la cultura “progresista”, suele ser
dominado por élites del gusto y la inteligencia), sino la concepción del
producto cultural que se acuña en estos grupos.
Así, la culturita más que una comunidad de valores estéticos, es una comunidad de intereses que intenta
mantener, con el mínimo esfuerzo, una imagen de vitalidad y grandeza
intelectual. Por eso, en los territorios
de la culturita florecen el resumen
artístico, la novedad controlada, la anécdota predigerida, los efectos
especiales, la crítica cosmética y todos los rasgos de la llamada midcult que ya Dwight MacDonald advertía
hace décadas en su célebre artículo “Masscult and Midcult”.
La
democracia de la culturita
Aparentemente, la culturita pretende romper con la
concepción cerrada y elitista de la alta cultura y busca ampliar el ámbito de
la cultura hacia nuevas expresiones (manifestaciones populares, géneros
híbridos, producciones menores) generalmente ligadas con la moda, la publicidad
y el mercado, así como hacia nuevos protagonistas (particularmente personajes
del espectáculo, la política o el deporte). La culturita se reputa entonces como democratizadora, como unificadora
de talentos y celebridades cualesquiera que sea su origen, como creadora de un
sentido de unidad de la cultura que desgraciadamente se encuentra más en la
desaparición de jerarquías entre diversas manifestaciones que en la búsqueda de
aquello que los románticos llamaban “la correspondencia de las artes”, es decir
la comunión más profunda entre la expresión y las formas de razonamiento y verdad de las distintas disciplinas. La culturita
desaparece el conflicto social (confía en que la heterogeneidad cultural se
resuelve con la simple mezcla) y el drama de la cultura (la búsqueda de
identidad, el dolor, la finitud) y crea una cultura potable, digerible y burocráticamente
contestataria.
Las
exigencias de la culturita
No es extraño que los
principales requerimientos para ascender en la culturita sean tanto la producción en serie como el culto a la
personalidad. Por un lado, la culturita exige al creador la producción
continua, de acuerdo a fórmulas probadas y sin importar la calidad, ya que se
supone que el consumidor cultural no aprecia o asimila el producto, pero sí
retiene al personaje que lo genera; por otro lado, independientemente de la
obra, ascender en la culturita
precisa la proyección de una personalidad pública especializada en el entretenimiento artístico y la opinión amena, por lo que el artista se
convierte en un miembro más de la farándula, que debe converger y competir con
otros astros. Como es de suponerse, las formas de valoración y reconocimiento
crítico en el ámbito de la culturita se basan más en el elogio
mutuo o en los pactos de no agresión que en los proverbiales parricidios y
enfrentamientos críticos (la angustia de las influencias que, según Harold Bloom,
propicia el duelo creativo con los grandes precursores o la famosa tradición de
la ruptura, el término que Octavio Paz tomó prestado a Harold Rosenberg). Con todo, dentro de la culturita hay grupos heterogéneos e intereses diversos y la
complicidad general está también teñida de animadversiones y rencores. De ahí
el contraste entre la urbanidad que rige el mundo oficial de la culturita y la torva grilla y
maledicencia que bulle en sus rincones.
Puede decirse que la culturita
es una tendencia universal que acompaña la extensión del llamado espíritu
posmoderno, que es una red ubicua e impersonal de intereses y que su inercia se
manifiesta de maneras subrepticias e insospechadas; sin embargo, para
reproducirse la culturita necesita de
la mala fe de todos los que participamos en ella y, en ese sentido, entraña una
responsabilidad personal ineludible. Además, si bien la culturita es un fenómeno global, ésta es susceptible de enquistarse
y actuar de manera más impune en países
con una tradición de patrimonialismo, fueros intelectuales y
sacralización de la cultura, como México. Sin duda, en los márgenes de maniobra
de la culturita florecen obras y
vocaciones ejemplares. Además, incluso en un panorama enrarecido, es posible
introducir incentivos institucionales y normas de transparencia que contribuyan
a elevar el rigor y la exigencia en la creación y la crítica. Una comunidad
cultural que cuide su supervivencia y prestigio gremial a largo plazo debería contribuir
a identificar y aplicar esas normas e incentivos.
Las
acechanzas de la culturita
Más allá de las medidas de
política cultural, quizá la forma más efectiva de combatir y redimir a la culturita sea el surgimiento de obras
maestras. Una obra maestra es una de las mejores formas intrínsecas de crítica
cultural, pues revela casi siempre de manera aleatoria, simplemente por su
excelencia, los clichés y fórmulas creativas y descubre y anuncia nuevas
posibilidades. Desgraciadamente las
inercias de la culturita obstaculizan
el surgimiento de estas obras y generan un círculo vicioso. ¿Quién va a tener la paciencia, la
motivación y la integridad para diferir
la ganancia fácil e inmediata y concentrarse en obras que rebasen los lugares
comunes probadamente rentables? Muy pocos y tal vez las trampas de la culturita sean más nocivas entre más
elevados e irrealistas valores se cultiven, entre mayores expectativas se
alberguen. Se ha sabido, por ejemplo, de la irrupción de la culturita en los círculos de los
artistas más puros y ha trascendido que ciertos ascetas del arte, poseídos por
la demoníaca sedición de la culturita,
terminaron comprando y vendiendo premios, alabando a políticos o participando
en programas de chismes. Cuídense entonces jóvenes idealistas pues, detrás de
sus inflamados parámetros artísticos, pueden estar acechando la ambición
corrosiva y la recompensa proterva de la culturita.
Del libro: ¡Qué se mueran los
intelectuales!
(México, D.F., 30 de mayo de 1964) Poeta
y ensayista. Estudió en El Colegio de México. Publica en numerosas revistas y
suplementos culturales de México y el extranjero. Es miembro del Sistema
Nacional de Creadores. En 1995 ganó el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen;
en 2001, el Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes;
en 2005, el Premio de ensayo Jus 2005, Zaid a debate,
en 2008 elPremio Nacional de
Ensayo José Revueltas, fue ganador del tercer lugar
en el género ensayo del Certamen Internacional Letras del Bicentenario Sor
Juana Inés de la Cruz durante el 2010. En 2015 recibe Recognition by The
Commonwealth of Massachusetts, MA, USA; también es reconocido con Certificate
of excellence by the City of Lawrence, MA. USA.A y a finales del 2015 se hace
acreedor del Premio Bellas Artes de Ensayo Literario Malcolm Lowry
por el ensayo titulado: ¡País de ladrones!, Evelyn Waugh y México.
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