Yo desertor
En el primero, los
principios son palpables
pero se apartan del
uso común;
de modo que nos
cuesta volver la cabeza
hacia ese lado, por
falta de hábito.
Blas Pascal
Inicio esta disidencia con una pregunta: ¿son necesarios los promotores
de lectura? No. No lo creo; en mi opinión no necesitamos de ellos. Pero usemos
el método del Mochaorejas y vayamos por partes. Hay que apuntalar que
hablamos de un proceso netamente político, o sociopolítico, si les gusta más la
palabreja. Desde principios del siglo XX −en México−, se creyó que el trabajo
del escritor era un trabajo didáctico, concebido por una logia que tenía que
enseñar “el saber” a los ignorantes y estúpidos. Ir hasta su hábitat y catequizar,
era el “deber” de los letrados. Bastante parecido al moralismo ilustrado
francés, si lo vemos en su contexto histórico. Después de la revolución de
1910, institucionalizada durante casi un siglo, el escritor (y el artista, en
general) se constituía en un “productor cultural” cuya finalidad era educar al público
iletrado.
La negativa a
asumirnos como una sociedad capitalista marcó desde los ochenta, a la industria
editorial en un decaimiento fuerte; al punto de considerar que para publicar
eran mejores las editoriales españolas en cualquier circunstancia. Hasta hace apenas
una década fue que resurgieron las nuestras; pero hay que decirlo: sigue
enquistada la idea del profesional de las letras que educa; y con algunos
periodistas se ha llegado a extremos verdaderamente ridículos; se creen con
poder de consejeros, cómo si los lectores fuéramos tipos idiotas, que no
sabemos qué nos gusta.
Hasta aquí he
tratado de esbozar la idea del escritor didáctico, de presentar que esta forma no
es más que una figura del autoritarismo que neutraliza a su lector. Muchos
escritores aún conciben que son superiores a los demás, no sólo a sus lectores,
también a otros escritores. Me ha tocado escuchar que en tal o cual lugar no
hay escritores; o en cierto taller literario me dijeron que estaba con ellos o
en su contra. Este par de ejemplos son concreciones de esa idea de
superioridad. Toda ella valorada económicamente por la memorabilia del posible
escritor y sus datos mnemotécnicos de autores, ediciones, obras y la ficha
bibliográfica completa. Ni siquiera es su propia obra; es la que él considera
que afectó su concepción del escribir. Ante esta situación, pregunto: ¿ustedes
se dejarían guiar por un ser así? Yo no. prefiero desertar, prefiero buscar
otro camino.
¿Quién jijos sabe
qué lectura es buena y cuál es basura? Sí, sí, ya sé, lo que a ustedes les
gusta es la neta y lo otro, pues no, es basura. Algunos podrán objetar que es
el valor social que han tenido esos textos sobre cómo se concibe lo social, la
escritura o el arte; bien, se las creo. Otros dirán que son los grandes nombres
(vacas sagradas), de quien debemos aprender a escribir; puede ser, pero el
principio de autoridad no es lo mío. No faltará el que ya está pensando que el
arte es una entidad metafísica que existe por sí. De esa visión, paso sin ver.
Ahora sólo nos queda más volver a modificar la pregunta: ¿quién sabe leer? Entonces
el camino comienza en la pregunta sobre el leer. Concibo la lectura como la
codificación y decodificación de un conjunto de signos, con una lógica interna
que tratan de expresar un proceso de una realidad. Estos signos son puestos en
soportes para ser decodificados por la comunidad donde fueron concebidos. No
sólo son grafías como las letras o fonemas como los del habla. Dentro de cada
sociedad organizamos estructuras y tecnologías que nos ayudan a reconocer los
signos propios de ese entorno social. Nuestro cuerpo es el que puede leer con
cada uno de los sentidos externos con los que contamos. Aromas, sabores,
texturas, imágenes y sonidos, son los signos a decodificar; donde los pongamos
es el soporte. Aquí precisamente fue donde me dije: “ah, chingao”; todo mi
cuerpo lee; lo más seguro es que la mayoría que se parece a mí, también lean con
todo el cuerpo. Después de 37 años conviviendo con humanos me di cuenta que sí,
que todos leen con el cuerpo; pero no leen igual que yo. Que existe una carga
interpretativa en cada signo. Pongamos un ejemplo: a mí me gustan los ostiones,
los tacos de moronga, los sesos y casi todas las vísceras; mas detesto el
caviar, nomás no lo trago. Bueno, para otra persona, las entrañas de las que
hablé, parecen productos vomitivos, pero el caviar no. Ya sé que me van a
decir: es por el gusto. Ándele, ese es el fundamento de la
lectura y del conocimiento en general: el deleite. Es en la conformación del
deleite que desplegaremos nuestras bases epistemológicas. Podría pasármerla así,
en todo el texto, explicando esto, más existe un tipo más chinguetas que yo, y
que además lo dice de manera más clara, léanlo: él es Josu Landa y el
texto se llama La reivindicación del gusto. Lo
encuentran en el libro Tanteos…, o se lo
pueden bajar de Internet. Yo me referiré a esto como una tecnología para la
construcción del Yo. Porque también tenemos eso: un Yo que se construye, que no
viene por default en el sistema operativo de nuestra sesera. Para que yo crea
que soy algo es porque hay un entorno de donde tomo los mecanismos que me lo
hicieron creer. Es en el entorno donde voy construyendo la referencia para
interpretar el signo. Aquí otro ejemplo para concretar lo que expongo: el color
negro en mi entorno implicaba seriedad, luto, muerte, frío, maldad; a algunos
orientales les expresa todo lo contrario y el luto es blanco. ¿A poco no es
para ponerse a parir chayotes?
Si no se han
dormido con esta perorata, se estarán preguntando: ¿Pues no dijo que iba hablar de política, este güey? Y
es lo que estado haciendo: hablar de la política que sujeta al cuerpo del
individuo a su entorno social. Lo único distinto que he hecho, es verla desde
el punto de vista del individuo-lector. La visión positivista construyó un
modelo de control para expandir el saber en el México del Siglo XX y que aún
nos afecta. Instituyó la figura del “Intelectual” que habla por los demás.
Muchos de esos intelectuales ni siquiera se detienen a pensar lo que impregnan,
sólo lo hacen. Lo mismo toman postura sobre la mujer y la feminidad, que nos
hacen creer que Gabriel García Márquez
es un gran escritor. Sin embargo, el entorno cambió drásticamente en los
últimos treinta años: tenemos soportes con signos alterados, el autor ya valió
cacahuate en determinados procesos artísticos, nuestros niños no leen lo mismo
que nosotros, los entornos virtuales son avasallantes. Empecemos por la lectura
infantil y juvenil. La narrativa a la que los chamacos se han acostumbrado es
de una velocidad imposible: ellos viven una realidad descomunalmente editada:
su cine, sus comic’s, sus videojuegos, su intimidad publicada en redes sociales
y, aparte, sienten que su cotidianidad es aburridísima porque no la pueden
editar. Al punto que si un chavo de estos se poner a leer una novela como Madame Bovary, lo mandamos en friega al psicólogo: el
morro no anda en sus cabales. Eso sí, el profe de literatura lo estará jodiendo
para que lea a Juan Rulfo, porque es
un clásico que le cambiará la vida. No hay que ser cabrones, mínimo habría que
ofrecerles una lectura que los pueda detener un minuto. Y no ofrecerla como si
fuera la “Verdad absoluta”, sino como algo que te pone chido, oculto,
prohibido, casi como una raya o un hechizo para el ligue. Digo, si van a
ponerse a invitar a leer, innoven. Pero ese mocoso ya está leyendo desde hace
un rato y nadie se dio cuenta, ni él mismo. Observen cómo se disfraza, qué se
cuelga o qué se quita, con esto el vato ya está construyendo una narración. La
cual es, por cierto, una réplica de sus intereses. Mas siendo un meco a medio crecer,
ni quien lo pele, no sabe, es imberbe e imbécil. Si de chiripa agarra un libro
de Harry Potter para leer en el
baño; no, pinches lecturitas pendejas. Pero ya se le quitará.
¿A huevo tiene que leer a Goethe o a Lovecraft, para que su lectura sea tomada
en serio? ¿No puede leer mientras juega con el Play
Station, elWii, el XBox o cualquier otra de
esas madres? ¿Ustedes han jugado esos juegos y pueden identificar su narrativa?
Ellos sí. Esto nos lleva al siguiente punto, los soportes y sus contenidos
alterados. Las vanguardias de principios del siglo XX comenzaron a modificar el
contenido en los soportes ya preestablecidos: los epigramas, las piezas de Duchamps, la poesía visual de Beuys, etc., etc. Esas cosas aún eran
construidas para una elite que las podía disfrutar. Entrando el Pop a los procesos culturales, las cosas
cambiaron radicalmente: se perdió esa frontera entre lo popular y lo culto. Con
ello cambió el gusto, sus productos y la comercialización de éstos. En un
momento anterior Walter Benjamín, T.W. Adorno y otros, ya lo percibían,
pero a ellos les ofendía este modelo que genera repetición y consumo. Los muy
autoritarios querían mantener las elites para el disfrute del ocio; hay que
entenderlos también, hubieran deseado ser nazis, pero eran judíos. Fuera del
chascarrillo negro, la evolución del arte nos ha llevado por trayectorias
extrañas. Desde los setentas con el Meelting Pot (que
por cierto, surgió en las discotecas de negros y latinos gays), los procesos postsituacionistas, la popularización de la
tecnología hasta esta corriente desarrollada a finales de los noventa y que en
esta década se ha consolidado fuertemente como es el arte generativo. Explico
rápido esto último: el arte generativo ya no busca la obra completa, sino crear
la semilla que armará la obra. En el caso de la literatura, lo podemos observar
en soportes como Second Life, Twitter, Facebook y Myspace, donde escritores
sólo nos dan una parte y nosotros llenamos el resto. Un caso concreto fue la
charla-acción realizada por un grupo de escritores y coordinada por Cristina
Rivera Garza en la “FeNaL 2010”: en línea, algunos escritores
hacían microrrelatos, otros sólo exponían sus ideas en una frase, etc. Sólo
faltó en ese momento hablar de Troles y
seres similares que habitan esos espacios. ¿Cómo le va hacer para explicar un
promotor de la lectura ese tipo de literatura a la gente? ¿Lo considerará
literatura? ¿O sólo es literatura lo que está en soporte de papel? Más
problemas y pocos estudios serios a esas actividades.
Hasta aquí sigue
habiendo un autor. Pero muchos escritores, ya en formato de papel o en línea, o
audio, han buscado desaparecer el autor. En la música electrónica es una
constante; en las letras comienzan. Un claro ejemplo es el proyecto Wu
Ming: cuatro individuos que tratan de pensar como uno. No es la
historia, son los autores que firman como Wu Ming 1, Wu Ming 2,
etcétera, y luego intercambian personalidades y cosas por el estilo. Publican
textos de una calidad envidiable, pero no creen en el autor, ni en derechos de
autor, ni todas esas patrañas que sólo son procesos para azuzar el ego. Pero
hay más como ellos; no son los únicos. Si eso ocurrió a nivel de autor, los
consumidores también han desmontado la idea de pertenencia del objeto: el
proyecto bookcroassing invita a suscribir algún libro en línea y
abandonarlo en lugar estipulado. Das los datos, entre ellos dónde lo pusiste, y
en uno o dos días te encontrarás con otro libro en ese lugar. A algunos del
proyecto les gusta juntarse y platicar sobre su experiencia; a otros nos vale
madre, sólo soltamos libros y leemos los que nos dejan. Si lo tuyo es la
socialización y no tienes amigos, los puedes adquirir en los chats que ofrece
la misma página y no hay costo alguno por suscribirse. Este tipo de comunidades
se replica en otras formas de cultura. En el caso de la gastronomía están los
loquitos del Slow Food, sibaritas
ultracomplicados que se preocupan hasta por la cantidad de sales que tiene el
agua con que se regó el maíz, el Ph de la cal neutralizada para cocer el maíz,
el grosor y el tiempo de cocción de la tortilla. ¿Si esto lo hacen con una sola
tortilla, qué será con un mole? Poco a poco hemos desmantelado los conceptos
rígidos con que se mueve el mainstream. Regresando
a la literatura, ésta se ha convertido en un hervidero de consumos de grupos, y
las editoriales tienen que buscar la manera de ofrecer sus productos a sus
clientes específicos. Cada editorial se ha sobreespecializado y llega a crear
guetos o subsellos, con los que identifica el consumidor lo que desea. Pienso
en editoriales como El Billar de Lucrecia, Tumbona, Acuarela, Errata
Nature, Alpha Decay, Subterfuge y
otras, que publican para un estilo de vida especifico. Las grandes editoriales
suelen tener líneas especiales también, como en el caso de Norma y su línea de comic’s o arte secuencial. ¿Los promotores se
especializarán también? ¿Y con ello no se limitará el gusto? ¿Algunos de ellos
podrían ser sponsoriados por alguna editorial y cerrarle el paso al mercado a
otras editoriales? Así las cosas, y como verán, puedo seguir infinitamente
apuntando todos los problemas recién creados, pero ya me siento como las viejitas
que van al seguro y se ponen a contar sus enfermedades. Ya abrí la bocota, pues
hay que dar alguna solución. Creo que es posible replicar el sistema de
fichajes que usan las disqueras indie, en que el autor manda su maqueta, si la
compañía la considera dentro de su área de acción, se edita una cantidad
pequeña (en los libros podrían ser unos 300 ejemplares, como máximo). Hasta
aquí se parece mucho a lo que se hace; el cambio viene en la manera en que el
artista tiene que funcionar dentro de este sistema. El escritor tiene que
firmar un contrato donde se estipule que debe hacer una gira de promoción: por
ejemplo, a Chuchis Pérez se le editó el libro El Cargapilas; ahora tiene que ir a unos veinte
municipios y tratar de convencer a los que lleguen, de que le compren el libro;
cómo lo haga es su bronca, tiene que seducir a su público. Porque ya basta de
que existan chorrocientos mil libros guardados en bodegas, pagados con los
impuestos. La mayoría de las editoriales grandes suelen dar un tiempo determinado
de vida a un libro; en caso de no vender, se va al picadero. Las editoriales
gubernamentales no pueden hacer eso, la moralina intelectual los llamaría
fascistas: entonces, que se pague por guardar libros que nadie conoce. Siguiendo
con la solución: si el escritor llega a terminar la edición se le provee una
reimpresión, y a darle. Cuando llegue a los dos mil, pueden anunciar con bombo
y platillo que está su segunda edición, cómo no. La editorial gubernamental y
los institutos de cultura tendrán la obligación de crear expectativas en sus
ediciones: son sus artistas. Pueden generar un tipo de Ep o muestras para ser bajas por el consumidor vía web; la
infraestructura ya la tienen. Hay que terminar de tajo con estos vicios de
publicar un texto y que nadie lo lea, o ni sepa siquiera que existe. Si el
artista o escritor se hace responsable de su obra y sabe de antemano en lo que
se mete, nos ahorraremos un montonal de molestias y de personajes que viven de
la paraliteratura: promotores de lectura, que viven del culto a un objeto que
es libro impreso en papel y respaldado por un conjunto de conceptos anquilosados.
Antes de entrar con esto directamente, me gustaría recordar un dicho que ya se
ha vuelto popular: el dinero no compra la felicidad, pero tenerlo da una
sensación tan parecida, que no la distingo. Lo que he propuesto ya existe, pero
nos cuesta trabajo entender que quien lo realiza gane dinero: suponemos que lo
debería hacer por amor al arte. En el Estado ubico y reconozco trabajos desde
la empresa privada, y otros desde las instituciones, quienes generan promoción
para los artistas: por lo regular son vilipendiados porque unos trabajan para
el gobierno y los otros porque buscan obtener fondos por su actuar. Hay otros
que inventan toda una fantasía para sacar ese recurso, por ejemplos los que
tienen una semieditorial, se inventan unos cursitos de escritura, para luego
cobrar a los cautivos una feria por “tallerearlos” y otra, para ver sus pininos
en un formato de libro. La fantasía consiste en hacer creer a estos novatos que
ya son escritores, por tener un libro autopublicado que nunca se confrontó a un
dictamen o un concurso, y evitan verlo como una maqueta o un demo. Sinceramente
no me molesta su negocio; lo que sí, es la poca vergüenza con la que trabajan y
el engaño que producen. Otros andamos mandando nuestras copias para ver si son
publicables y, de ser factible, obtener una remuneración por ellas. Creo que
esto es un negocio y debe comportarse como tal. De otra manera estamos
perdiendo el tiempo, la vida y el dinero que obtendríamos en otro lugar.
[i] Celaya,
Gto. 1975. Padre de Familia y amo de casa. A ratos da clases, a ratos prefiere
hacer de comer. Navajero con problemas de literatura, nunca al revés. Escucha
música a puños y a puños vive. Gracias a su aburrimiento escribe y ha publicado
un par de libros: Junkebox - Cartas a mi Hija (ICL, 2009) y Dios por Dios es
Cuatro (Ediciones La Rana, 2010).
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